Acabo de leer un texto sublime. Un texto que espoleó mi conciencia y la electrocutó con la fuerza del rayo. Algo que remueve todo mi cuerpo, de la cabeza a los pies. Nada más terminarlo lo he tenido que leer una segunda vez, y una tercera... ¿Cómo volver al tranquilo tono de la biblioteca en la que me encontraba tras un agitamiento semejante? Sencillamente no he podido, cuando uno se ve tocado y atravesado, sintiendo el frío acero atravesar lo más profundo del ser, no puede más que ponerse a escribir, plasmar la vivencia nacida de las palabras en palabras. El poder que puede llegar a encerrar un texto es comparable, para el animo, cómo el de una bomba atómica, donde por un breve instante se desata una energía incomparable para cambiar el paisaje interno de la persona. Ese momento de sobreabundancia y embriaguez se plasma en el cerebro y queda cristalizado y esparcido por los nervios del cuerpo.
Tal es el poder de la literatura y de aquellos que saben apreciarla. Imperecedera para el alma y vigorizante del cuerpo, uno sale más hecho, más encarnado en su presente. ¿Cómo abandonar tal fuente de sutileza, instinto, experiencia, clarividencia, vislumbramiento? ¿Cómo detener ese ímpetu de sangre que corre por las líneas que uno lee? ¿Cómo no poder apreciarlo o ignorarlo? ¡Qué arte tan excelso! tan vivo pese al transcurrir de los años.. No necesita actualizaciones, no necesita nuevos modelos, no se queda atrás, las grandes obras son intempestivas... Cuando alguna mano pincela con talento unas líneas bien hilvanadas, nos lega un templo, donde la vivencia sale a flote, y se vuelve visible para el ojo deseoso de admirarla. Cuando uno se encuentra en tal circunstancia, sabe profundamente, que no podrá dejar de leer hasta que sus ojos no lo permitan. En ese caso espero poder implantarme un ojo biónico para no cesar en dicho viaje.