Todos debemos perecer, es nuestra condición. Pero qué difícil resulta acatar la mayor de las verdades de este mundo, tanto a nivel personal como de los seres queridos. Morir es condición del viviente, nos llega y se acabó. Poco hay que discutir sobre el hecho en sí. Ante la muerte de un ser querido nuestra distancia con el mundo se acorta, nuestra visión penetra y torna la realidad del mundo con otros ojos. Nuestras preocupaciones banales se esfuman, desaparecen a golpe de pura realidad, del contacto esencial con el fondo existencial. El escenario se torna solitario, impotente, y el examen de conciencia viene impuesto por la crudeza de la circunstancia, que se transfiere al que sigue vivo, como espectador de lo acontecido. Ante ese escenario, sólo queda el propio yo, que aturdido por el tremendo golpe sale de sí, y sólo escucha un eco terrorífico, la tragedia de la vida misma, el sometimiento a la realidad. Nuestros apegos se transforman, y aparecen fantasmas que nos gritan y nos recuerdan de qué estamos hechos. Nos cantan sobre la fragilidad de la vida, sobre lo efímero del acontecer , la flaqueza de nuestra condición. La imposibilidad de que nuestros deseos y afectos queden intactos, la única salida está escrita, está firmada, una fecha, un momento, un hilo del que pende la marioneta sobre el escenario, nuestra representación, nuestra vida.
La superación llega para algunos, eso dependerá de cada uno, de su persona, de la circunstancia... Pero la herida volverá a doler, el recuerdo se encargará de ello, la memoria como seña de identidad hará su papel a la perfección. Es el plato fuerte, somos presa en la manos de un destino que no admite sugerencias, ni excusas, como un juez inquisidor somete a su voluntad, dicta sentencia. Y ante eso sólo cabe aceptar, nada cambiará, nuestras súplicas y clamores caerán en papel mojado por muy intensos que sean. ¿Quién te devuelve a un hijo? ¿Quién te devuelve a una madre? ¿Quién te devuelve a un amigo? Nadie. Sólo cabe sacar pecho, aprender de una vida que nunca se dijo justa, lo que no te mata, que te haga más fuerte.