viernes, 12 de marzo de 2010

Padecer el perecer.


Todos debemos perecer, es nuestra condición. Pero qué difícil resulta acatar la mayor de las verdades de este mundo, tanto a nivel personal como de los seres queridos. Morir es condición del viviente, nos llega y se acabó. Poco hay que discutir sobre el hecho en sí. Ante la muerte de un ser querido nuestra distancia con el mundo se acorta, nuestra visión penetra y torna la realidad del mundo con otros ojos. Nuestras preocupaciones banales se esfuman, desaparecen a golpe de pura realidad, del contacto esencial con el fondo existencial. El escenario se torna solitario, impotente, y el examen de conciencia viene impuesto por la crudeza de la circunstancia, que se transfiere al que sigue vivo, como espectador de lo acontecido. Ante ese escenario, sólo queda el propio yo, que aturdido por el tremendo golpe sale de sí, y sólo escucha un eco terrorífico, la tragedia de la vida misma, el sometimiento a la realidad. Nuestros apegos se transforman, y aparecen fantasmas que nos gritan y nos recuerdan de qué estamos hechos. Nos cantan sobre la fragilidad de la vida, sobre lo efímero del acontecer , la flaqueza de nuestra condición. La imposibilidad de que nuestros deseos y afectos queden intactos, la única salida está escrita, está firmada, una fecha, un momento, un hilo del que pende la marioneta sobre el escenario, nuestra representación, nuestra vida.

La superación llega para algunos, eso dependerá de cada uno, de su persona, de la circunstancia... Pero la herida volverá a doler, el recuerdo se encargará de ello, la memoria como seña de identidad hará su papel a la perfección. Es el plato fuerte, somos presa en la manos de un destino que no admite sugerencias, ni excusas, como un juez inquisidor somete a su voluntad, dicta sentencia. Y ante eso sólo cabe aceptar, nada cambiará, nuestras súplicas y clamores caerán en papel mojado por muy intensos que sean. ¿Quién te devuelve a un hijo? ¿Quién te devuelve a una madre? ¿Quién te devuelve a un amigo? Nadie. Sólo cabe sacar pecho, aprender de una vida que nunca se dijo justa, lo que no te mata, que te haga más fuerte.

sábado, 6 de marzo de 2010

Encasillamiento ibérico.


Vivimos en una sociedad es la que cada vez la gente se encasilla en una opinión y el debate se torna agresivo. Hay miles de temas sobre los que hablar, sobre los que comentar, en una actualidad inundada de información las posibilidades de manifestar una u otra opinión se ha puesto al orden del día. Pero se huele un tufo desde hace años donde el posicionamiento cae en encasillamiento. Nos encasillamos en esferas y el que no se sitúe a nuestro lado es un mal vecino. Es cierto que el hombre siempre ha tenido la necesidad de situarse dentro de un grupo social, de una tendencia, de una ideología. Sentirse arropado por el calor de los que piensan como él, de lograr una integración social aceptada, respaldada, guarnecida. Pero desde hace algún tiempo esa acción se ha vuelto totalmente polarizada. El choque que esto provoca es de fuertes proporciones, y provoca un efecto en lo que todo es blanco o negro, no hay más colores. Si te gustan los toros eres un sádico y un tradicionalista, hay de quien ponga en duda el cambio climático (o de si todo lo que nos dicen sobre el mismo es cierto), si eres cristiano eres un dogmático, si soy de izquierdas soy un marxista y de derechas un fascista, si defiendes el aborto Rouco Varela te ha comido el tarro. Si te sientes identificado con tu nacionalidad eres un franquista, si quieres que Turquía entre en la UE eres un inconsciente que no ves que las bombas van a estallarte en la cara porque el islam es en sí mismo una religión para monos... Ideología, cultura, feminismo, problemas geofísicos, políticos, económicos, religiosos... Hay para dar y tomar.

Hay cientos de temas que podría seguir citando, que delimitan y caracterizan el espacio cultural en el que vivimos llenándolos de prejuicios y encasillamientos, donde la confrontación de los mismos se ha vuelto una carnicería y donde finalmente todo acaba siendo blanco o negro. ¿Acaso no existe una amplia gama de colores entre uno y otro? Claro que existe, y lo que me pregunto es por qué no se da.
La respuesta que se me ha venido a la cabeza es clara. Falta formación. El diálogo no se puede dar gratuitamente, la acción comunicativa exige reflexión, conocimiento, análisis, intencionalidad. Un dialogo en desigualdad no es dialogo. Puede ser sofismo, avasallamiento, linchamiento, oídos sordos, sesgamiento... Si la acción comunicativa ya es difícil de por sí, si carece de un espacio abierto para que esta florezca con un mínimo intento de dar frutos, no quiero ni pensar cuando las condiciones del mismo son totalmente defectuosas y constreñidas. Hay demasiados intereses, estrategias, influencias y coacciones para suscitar la transparencia deseable, pero por encima de esto, falta formación, y hay miedo, mucho miedo...
Acostumbrados a que nos digan todo, a creernos todo, a que nos cojan de la mano y nos digan lo que tenemos que hacer. A no leer ni media página semanal de un buen libro, a tomar la televisión como punto de referencia, a las modas y los referentes del famoseo. El español medio es así, se pliega al pensamiento dado, falta reflexión y compromiso, es más fácil así, podemos luego echar las culpas a otro. Mientras, las etiquetas y el enfrentamiento se volverán más sangrientos, más herméticos, en compartimentos estancos con oídos totalmente sordos. Creo firmemente que el problema es la formación, el pensar que la reflexión sobre lo que acontece y suscita nuestro entorno no es tarea nuestra, y se olvida que es una sana costumbre que todos deberíamos tener. Mientras seguiremos tensando la cuerda, esta cederá y desembocará en desastre. La culpa, como siempre, será de otros, porque yo no hice nada.