Si Lovecraft es una de las principales figuras a la hora de trasmitir una estética del horror sobrenatural, a mi juicio, Conrad es el máximo exponente del horror natural. Para los descuidados decir que la famosa película Apocalipsys Now es una adaptación de la novela situada en Vietnam. El libro habla del proceso colonial africano, donde los europeos, algunos con más culpa que otros, mostraron la cara más amarga y cruel del dolor a los incivilizados. Es una estética mucho más cercana, realista y palpable, esta ahí fuera y dentro de nosotros, es la estética del horror del hombre y la naturaleza. Es por lo tanto un relato de los instintos primeros de nuestra condición, que no están extintos, siguen ahí, les tememos, por eso queremos olvidarlos y enterrarlos. La novela puede leerse en varias claves. La primera de ellas podríamos vislumbrar una crítica a la colonización del Congo, de cómo los europeos civilizados e “iluminados” por el progreso devastan toda una zona de riqueza natural sin ningún tipo escrúpulo, a base de mano esclavista y de explotación de recursos. Pero su reflexión estética y moral va mucho más allá de una situación histórica concreta. Es en este punto donde nos centraremos. No podemos hacer una lectura admitiendo la tesis de que es el olvido del hombre, algo que ya no existe y ha desaparecido, porque la actualidad del tema es pasmosa ante una mirada atenta.
Remo Bodei admite que gozar de una obra de arte es un delito, las grande obras de la humanidad, nuestra cultura, han sido construidas a costa de grandes sufrimientos de violencia, este sentimiento nos impide gozar, ya que toda cultura se vuelve un documento de barbarie. El pasado espera que el presente redima esas injusticias. No quiero dar más rodeos, sencillamente poner de manifiesto que la violencia tan condenada en nuestra sociedad es una condena ilusoria, porque a través de ella Occidente ha llegado hasta donde está, y no estaría de mas decir que seguimos ese mismo camino.
El libro de Conrad es una obra maestra, como ya he señalado con una terrible actualidad y cercanía. Se podrían escribir volúmenes sobre ella, yo me centraré en el horror como condición humana y los límites que impone. La idea del hombre se desnuda ante la cruda la realidad, tremendas fuerzas se desatan hasta alcanzar una locura que llega a ser testimonio de cordura, en un marco natural que poco tiene que ver con salir de excursión al campo. Aquí la naturaleza se muestra como la auténtica casa del hombre, su lugar esencial donde se desenvuelve. Pero no resulta una naturaleza cercana y amable, no es la madre tierra que nos proporciona alimentos y lugar en paz donde vivir. Es una naturaleza densa, pesada, frondosa y hostil. En su corazón aparecen las tinieblas que acechan y te atrapa, muestra el secreto más salvaje de todo ser viviente, donde las fuerzas elementales de cualquier ser vivo se disparan. Las fuerzas naturales como fuerza elemental de la que nos hemos distanciado. Jünger habla del dolor, de la barbarie que es capaz de soportar el hombre, aquí esa barbarie acaba enviando a las personas al mismo centro del dolor, del miedo. Fuerzas naturales de la noche que acaban atando a uno a las propias tinieblas. Cuanto más se penetra en la jungla, con mayor fuerza surge ese instinto animal que todos llevamos dentro: “Traté de romper el hechizo, el pesado y mudo hechizo de la selva, que parecía atraerle hacia su despiadado seno despertando en él instintos brutales y olvidados, trayéndole a la memoria pasiones monstruosas y satisfechas”.
La jungla del Congo evoca directamente los instintos latentes y adormecidos de los hombres, satisfacciones y fuerzas que vetamos desde el momento en que nacemos. No conseguimos que desaparezcan, hoy en día hay saltos de violencia que podemos ver en los telediarios. Desgracias ajenas y noticias de la prensa amarilla que demuestra que cuando aparece un resquicio de los sentimientos más oscuros de la persona, emanan con fuerza y lo tachamos de actitud incomprensible. Nos quedamos anodinados cuando vemos o leemos una noticia, preguntándonos a nosotros mismos cómo puede ocurrir, y la realidad es que en ningún momento podemos dejar de ser lo que somos. La naturaleza acogedora acaba desgarrándose, un desgarro de la contradicción humana donde sólo existe el horror para sobreponerse.
Es un camino peligroso, el corazón de África como núcleo de la barbarie, tanto de unos como de otros. Es casi como una reminiscencia de lo que habíamos sido, y de lo que seguimos siendo pese a que no lo veamos. La naturaleza susurra cosas que jamás habíamos oído sobre nosotros mismos, se nos revela como intratable, como guardiana de los instintos más plenos y primarios del hombre. La pregunta es saber hasta que punto podemos controlarlo.
El libro de Conrad es una obra maestra, como ya he señalado con una terrible actualidad y cercanía. Se podrían escribir volúmenes sobre ella, yo me centraré en el horror como condición humana y los límites que impone. La idea del hombre se desnuda ante la cruda la realidad, tremendas fuerzas se desatan hasta alcanzar una locura que llega a ser testimonio de cordura, en un marco natural que poco tiene que ver con salir de excursión al campo. Aquí la naturaleza se muestra como la auténtica casa del hombre, su lugar esencial donde se desenvuelve. Pero no resulta una naturaleza cercana y amable, no es la madre tierra que nos proporciona alimentos y lugar en paz donde vivir. Es una naturaleza densa, pesada, frondosa y hostil. En su corazón aparecen las tinieblas que acechan y te atrapa, muestra el secreto más salvaje de todo ser viviente, donde las fuerzas elementales de cualquier ser vivo se disparan. Las fuerzas naturales como fuerza elemental de la que nos hemos distanciado. Jünger habla del dolor, de la barbarie que es capaz de soportar el hombre, aquí esa barbarie acaba enviando a las personas al mismo centro del dolor, del miedo. Fuerzas naturales de la noche que acaban atando a uno a las propias tinieblas. Cuanto más se penetra en la jungla, con mayor fuerza surge ese instinto animal que todos llevamos dentro: “Traté de romper el hechizo, el pesado y mudo hechizo de la selva, que parecía atraerle hacia su despiadado seno despertando en él instintos brutales y olvidados, trayéndole a la memoria pasiones monstruosas y satisfechas”.
La jungla del Congo evoca directamente los instintos latentes y adormecidos de los hombres, satisfacciones y fuerzas que vetamos desde el momento en que nacemos. No conseguimos que desaparezcan, hoy en día hay saltos de violencia que podemos ver en los telediarios. Desgracias ajenas y noticias de la prensa amarilla que demuestra que cuando aparece un resquicio de los sentimientos más oscuros de la persona, emanan con fuerza y lo tachamos de actitud incomprensible. Nos quedamos anodinados cuando vemos o leemos una noticia, preguntándonos a nosotros mismos cómo puede ocurrir, y la realidad es que en ningún momento podemos dejar de ser lo que somos. La naturaleza acogedora acaba desgarrándose, un desgarro de la contradicción humana donde sólo existe el horror para sobreponerse.
Es un camino peligroso, el corazón de África como núcleo de la barbarie, tanto de unos como de otros. Es casi como una reminiscencia de lo que habíamos sido, y de lo que seguimos siendo pese a que no lo veamos. La naturaleza susurra cosas que jamás habíamos oído sobre nosotros mismos, se nos revela como intratable, como guardiana de los instintos más plenos y primarios del hombre. La pregunta es saber hasta que punto podemos controlarlo.
Kurtz, es el personaje principal, no es el que más aparece pero es el resultado de todo lo que se ha ido gestando, el culmen de la situación desatada. Él no elige, sobrevive y comprende que el miedo que ata al ser humano le hace inservible. Vence al miedo y entonces todo se descontrola. “Yazgo aquí, en la oscuridad, esperando la muerte”. Kurtz claramente inicia un viaje de no retorno, o mejor dicho, de retorno a lo originario, a la verdad en sentido griego, lo que está patente. Más que pesimismo y negación viene a ser una aceptación, digiere la crudísima realidad que le ha llevado al límite antes de que le destruya, sabiendo que el mundo le supera en fuerza. Ya no lucha por unos ideales porque lo que se impone es la realidad, la realidad de un ser viviente en el que su destino no puede ser tomado por las riendas.
Dice así: "¡Mi destino! La vida es una bufonada: esa disposición lógica para un objetivo vano. Lo más que se puede esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo, que llega demasiado tarde, y una cosecha de remordimientos inextinguibles. Yo he luchado a brazo partido con la muerte. Es la disputa menos emocionante que podáis imaginar”. El viaje no siempre es compensatorio, sino todo lo contrario, el viaje no puede dejar indiferente, porque sino no sería viaje. A lo largo del viaje las noticias que va recibiendo de Kurtz le despiertan un interés por él y el misterio de lo que está sucediendo en el núcleo selvático. Llegará un momento en que Kurtz se eleve, a un rango mitológico y reciba admiración por parte de Marlow, al menos hasta que se encuentre con él. “¿No habla usted con el señor Kurtz?... A ese hombre no se le habla, se le escucha…” La novela va nutriendo la figura de un Kurtz, al que acusan de haber perdido la razón, y en el viaje se perfila su icono hasta elevarlo a una categoría más allá de lo humano, quizás no más allá, pero sin duda, en la parte final del libro uno no tiene duda de que Kurtz esta rozando los límites del hombre. Marlow se encarga de dar testimonio de ello, desde la luz hasta los infiernos, el mundo es una mezcla de ambos.
Kurtz representa la aniquilación de los valores de la razón, del progreso y la civilización que conocía. Experimenta un regreso al animalismo que está latente en nuestro ser. Ante la pasmosa experiencia que le toca vivir, llena de miedos y horrores, llega a un punto de asimilación de los mismos hasta volverle loco. Se rodea de cadáveres empalados, se muestra impasible a la barbarie y al canibalismo, ya le da igual todo, y comprende que eso es el ciclo vital en estado auténtico. Kurtz acaba tomando forma mitológica, su manera sublime de ver el mundo acaba llamando la atención de quien le conoce.
En profundidad la depravación de Kurtz, es fundamentalmente fiel a la imagen de sí mismo. De todos nosotros, el conocimiento de nuestros propios límites viene totalmente condicionado a los sentimientos vividos. No se puede amar sin ser amado primero, y lo mismo ocurre a la inversa. Uno conoce, uno vislumbra el mundo y este le condiciona. Las fuerzas elementales de nuestra propia condición son en última instancia incontrolables. Cuando el dolor apura, se manifiesta y nos retuerce, cuando no podemos comprender lo incomprensible, cuando los grandes relatos históricos y metafísicos caen en ficción y la vida, desnuda se impone por sí misma.
Desgraciadamente es una estética del horror natural, pero también de la cercanía, no la ignoremos, recomiendo la lectura de la obra sin dilación alguna para ávidos lectores.