jueves, 20 de mayo de 2010

Estética del horror natural: el corazón de las tinieblas de Joseph Conrad.


  Si Lovecraft es una de las principales figuras a la hora de trasmitir una estética del horror sobrenatural, a mi juicio, Conrad es el máximo exponente del horror natural. Para los descuidados decir que la famosa película Apocalipsys Now es una adaptación de la novela situada en Vietnam. El libro habla del proceso colonial africano, donde los europeos, algunos con más culpa que otros, mostraron la cara más amarga y cruel del dolor a los incivilizados. Es una estética mucho más cercana, realista y palpable, esta ahí fuera y dentro de nosotros, es la estética del horror del hombre y la naturaleza. Es por lo tanto un relato de los instintos primeros de nuestra condición,  que no están extintos, siguen ahí, les tememos, por eso queremos olvidarlos y enterrarlos. La novela puede leerse en varias claves. La primera de ellas podríamos vislumbrar una crítica a la colonización del Congo, de cómo los europeos civilizados e “iluminados” por el progreso devastan toda una zona de riqueza natural sin ningún tipo escrúpulo, a base de mano esclavista y de explotación de recursos. Pero su reflexión estética y moral va mucho más allá de una situación histórica concreta. Es en este punto donde nos centraremos. No podemos hacer una lectura admitiendo la tesis de que es el olvido del hombre, algo que ya no existe y ha desaparecido, porque la actualidad del tema es pasmosa ante una mirada atenta.

Remo Bodei admite que gozar de una obra de arte es un delito, las grande obras de la humanidad, nuestra cultura, han sido construidas a costa de grandes sufrimientos de violencia, este sentimiento nos impide gozar, ya que toda cultura se vuelve un documento de barbarie. El pasado espera que el presente redima esas injusticias. No quiero dar más rodeos, sencillamente poner de manifiesto que la violencia tan condenada en nuestra sociedad es una condena ilusoria, porque a través de ella Occidente ha llegado hasta donde está, y no estaría de mas decir que seguimos ese mismo camino.

  El libro de Conrad es una obra maestra, como ya he señalado con una terrible actualidad y cercanía. Se podrían escribir volúmenes sobre ella, yo me centraré en el horror como condición humana y los límites que impone. La idea del hombre se desnuda ante la cruda la realidad, tremendas fuerzas se desatan hasta alcanzar una locura que llega a ser testimonio de cordura, en un marco natural que poco tiene que ver con salir de excursión al campo. Aquí la naturaleza se muestra como la auténtica casa del hombre, su lugar esencial donde se desenvuelve. Pero no resulta una naturaleza cercana y amable, no es la madre tierra que nos proporciona alimentos y lugar en paz donde vivir. Es una naturaleza densa, pesada, frondosa y hostil. En su corazón aparecen las tinieblas que acechan y te atrapa, muestra el secreto más salvaje de todo ser viviente, donde las fuerzas elementales de cualquier ser vivo se disparan. Las fuerzas naturales como fuerza elemental de la que nos hemos distanciado. Jünger habla del dolor, de la barbarie que es capaz de soportar el hombre, aquí esa barbarie acaba enviando a las personas al mismo centro del dolor, del miedo. Fuerzas naturales de la noche que acaban atando a uno a las propias tinieblas. Cuanto más se penetra en la jungla, con mayor fuerza surge ese instinto animal que todos llevamos dentro: “Traté de romper el hechizo, el pesado y mudo hechizo de la selva, que parecía atraerle hacia su despiadado seno despertando en él instintos brutales y olvidados, trayéndole a la memoria pasiones monstruosas y satisfechas”.  

La jungla del Congo evoca directamente los instintos latentes y adormecidos de los hombres, satisfacciones y fuerzas que vetamos desde el momento en que nacemos. No conseguimos que desaparezcan, hoy en día hay saltos de violencia que podemos ver en los telediarios. Desgracias ajenas y noticias de la prensa amarilla que demuestra que cuando aparece un resquicio de los sentimientos más oscuros de la persona, emanan con fuerza y lo tachamos de actitud incomprensible. Nos quedamos anodinados cuando vemos o leemos una noticia, preguntándonos a nosotros mismos cómo puede ocurrir, y la realidad es que en ningún momento podemos dejar de ser lo que somos. La naturaleza acogedora acaba desgarrándose, un desgarro de la contradicción humana donde sólo existe el horror para sobreponerse.

  Es un camino peligroso, el corazón de África como núcleo de la barbarie, tanto de unos como de otros. Es casi como una reminiscencia de lo que habíamos sido, y de lo que seguimos siendo pese a que no lo veamos. La naturaleza susurra cosas que jamás habíamos oído sobre nosotros mismos, se nos revela como intratable, como guardiana de los instintos más plenos y primarios del hombre. La pregunta es saber hasta que punto podemos controlarlo.

  Kurtz, es el personaje principal, no es el que más aparece pero es el resultado de todo lo que se ha ido gestando, el culmen de la situación desatada. Él no elige, sobrevive y comprende que el miedo que ata al ser humano le hace inservible. Vence al miedo y entonces todo se descontrola. “Yazgo aquí, en la oscuridad, esperando la muerte”. Kurtz claramente inicia un viaje de no retorno, o mejor dicho, de retorno a lo originario, a la verdad en sentido griego, lo que está patente. Más que pesimismo y negación viene a ser una aceptación, digiere la crudísima realidad que le ha llevado al límite antes de que le destruya, sabiendo que el mundo le supera en fuerza. Ya no lucha por unos ideales porque lo que se impone es la realidad, la realidad de un ser viviente en el que su destino no puede ser tomado por las riendas. 

 Dice así: "¡Mi destino! La vida es una bufonada: esa disposición lógica para un objetivo vano. Lo más que se puede esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo, que llega demasiado tarde, y una cosecha de remordimientos inextinguibles. Yo he luchado a brazo partido con la muerte. Es la disputa menos emocionante que podáis imaginar”. El viaje no siempre es compensatorio, sino todo lo contrario, el viaje no puede dejar indiferente, porque sino no sería viaje.  A lo largo del viaje las noticias que va recibiendo de Kurtz le despiertan un interés por él y el misterio de lo que está sucediendo en el núcleo selvático. Llegará un momento en que Kurtz se eleve, a un rango mitológico y reciba admiración por parte de Marlow, al menos hasta que se encuentre con él. “¿No habla usted con el señor Kurtz?... A ese hombre no se le habla, se le escucha…” La novela va nutriendo la figura de un Kurtz, al que acusan de haber perdido la razón, y en el viaje se perfila su icono hasta elevarlo a una categoría más allá de lo humano, quizás no más allá, pero sin duda, en la parte final del libro uno no tiene duda de que Kurtz esta rozando los límites del hombre.  Marlow se encarga de dar testimonio de ello, desde la luz hasta los infiernos, el mundo es una mezcla de ambos.

  Kurtz representa la aniquilación de los valores de la razón, del progreso y la civilización que conocía. Experimenta un regreso al animalismo que está latente en nuestro ser. Ante la pasmosa experiencia que le toca vivir, llena de miedos y horrores, llega a un punto de asimilación de los mismos hasta volverle loco. Se rodea de cadáveres empalados, se muestra impasible a la barbarie y al canibalismo, ya le da igual todo, y comprende que eso es el ciclo vital en estado auténtico. Kurtz acaba tomando forma mitológica, su manera sublime de ver el mundo acaba llamando la atención de quien le conoce. 

  En profundidad la depravación de Kurtz, es fundamentalmente fiel a la imagen de sí mismo. De todos nosotros, el conocimiento de nuestros propios límites viene totalmente condicionado a los sentimientos vividos. No se puede amar sin ser amado primero, y lo mismo ocurre a la inversa. Uno conoce, uno vislumbra el mundo y este le condiciona. Las fuerzas elementales de nuestra propia condición son en última instancia incontrolables. Cuando el dolor apura, se manifiesta y nos retuerce, cuando no podemos comprender lo incomprensible, cuando los grandes relatos históricos y metafísicos caen en ficción y la vida, desnuda se impone por sí misma. 

  Desgraciadamente es una estética del horror natural, pero también de la cercanía, no la ignoremos, recomiendo la lectura de la obra sin dilación alguna para ávidos lectores. 

domingo, 16 de mayo de 2010

Estética del horror sobrenatural:Lovecraft y sus criaturas.

  Lovecraft fue un tipo muy peculiar. Ya desde niño rehusaba de jugar con otros niños para  adentrarse en los libros de la biblioteca de su abuelo. Lovecraft era un muchacho callado, enfermizo y apático. No le gustaba el pescado, sentía aberración por el mar, y por muchas más cosas. También le producían horror los invertebrados, la vida marina en general, las bajas temperaturas, los obesos, la gente de otras razas, el mestizaje, los suburbios, los instrumentos de percusión, las cuevas, los sótanos, la vejez, los grandes periodos de tiempo, los desiertos, los océanos, las ratas, los perros, la campiña de Nueva Inglaterra, la ciudad de Nueva York, los hongos, las sustancias viscosas, los experimentos médicos, los sueños, las texturas gelatinosas, el color gris, la vida vegetal, los lapsos de memoria, los libros antiguos, la niebla, los gases…

  La sombra del suicidio recorrió su vida, tenía una botella de cianuro por si algún día decidía abandonar este mundo, fue una lucha feroz contra la muerte en todo momento, y eso teniendo en cuenta que el mundo le resultaba especialmente hostil. Pasó grandes penurias económicas durante toda su vida. Vivió de una pequeña herencia que pellizco durante toda su vida. Nunca llegó a la miseria, pero para subsistir miraba los precios de todos los artículos, hasta de los más básicos. Era pobre y a la vez desinteresado. Nunca tuvo gastos importantes, ni para comprarse un vehículo ni para viajar a Europa, una de sus grandes ilusiones.

   Se caso con Sonya, una chica que se  declaró profundamente a un Lovecraft tímido e incapaz de mostrar sus sentimientos ante quien amaba. Fueron unos años felices, él lo dice en sus cartas, hasta que en 1924 su esposa pierde el empleo y todo salta por los aires. Lovecraft buscará un trabajo para ayudar a subsistir a la familia. Pero poco tenía que decir Lovecraft de rasgos como el dinamismo, la competitividad, sentido comercial, eficiencia… Nada, no encontró nada, y no es que la época económica fuese muy mala, es que era un inadaptado.Sentía un profundo odio racial, que influiría en el resto de su obra.  Su clase social estaba muy bien definida: la vieja burguesía, protestante y puritana de Nueva Inglaterra. Le parecía evidente, que gente tan educada y refinada tiene que ocupar los puestos altos del orden social. También es reaccionario, y pone las nociones  orden y tradición por encima de libertad y progreso.Simplemente es muy de la vieja escuela.

   Por las demás razas siente desprecio, aunque no las conozca, sencillamente ni si quiera se interesa por ellas.    Aunque su miedo y asco hacia los negros  hacía mella en su mente,  su educación le obligaba a guardar buen tono.A ellos se referirá como bestias, humanoides aberrantes y deformes, carentes de sensibilidad, abominaciones que escupen al género humano con su existencia. Este odio no puede ser bueno para nadie.La situación se agudizo en su etapa por Nueva York, donde convivir con esos animales llego al límite.Lovecraft, que tenía que juntarse con esos burros en las colas de empleo, y ver que sus modales no le daban ninguna garantía adicional para conseguirlo, se sentía fatal. Este horror le agitaría por dentro a lo largo de su obra, provocándole unas fluctuaciones de ánimo penosas. Sentía un profundo sentimiento de fracaso por su existencia. Muere el 15 de marzo de 1937, de cáncer, educado y afable hasta el final.

  En sus escritos aborda lo misterioso, incomprensible y que esta más allá de lo que puede entender nuestra razón, lo "sobrenatural". Una cosmovisión invade la literatura de Lovecraft. Bajo la superficial mirada del hombre, se halla un universo con seres antiquísimos, auténticas divinidades oscuras, que observan nuestro mundo sin que nos percatemos de su existencia. Deformes, terribles, primigenios, bestias sin rostro ni aparente forma que con solo mirarles provocan la locura. Estos seres aparecerán a lo largo de sus relatos, criaturas que poblaron la tierra mucho antes de que el hombre caminase por ella.Saberes prohibidos, libros malditos, cultos primigenios, de tribus olvidadas a unos ancestros que implacablemente destruirán la tierra. Templos perdidos, aún no hollados por el hombre, donde en sus paredes se relata el origen de todo, las verdades del mundo. Criaturas horrendas que provocan pavor a nuestra existencia. No es un horror lejano, el mundo aunque se nos muestre normal, descansa sobre su destrucción. Es un horror que está ahí, no es fantástico, es cuestión de tiempo que nos demos cuenta. La verdadera pretensión de Lovecraft es incitar al lector a pensar que existen unas criaturas colosales, de formas indescriptibles, multiformes y horrendas implicadas directamente en el origen del universo.

 Nosotros no somos nada frente a ellas y vivimos sumidos en una existencia ignorante de lo real. Los personajes de sus relatos se encuentran en este nuevo mundo, que es el más real que han conocido. Un mundo que no esta hecho para ser descubierto a la mirada del hombre, porque no estamos preparados.
Un mundo con unas construcciones titánicas, llenas de jeroglíficos, grabados, esculturas retorcidas y horrendas. Salas y más salas que evocan al infinito, a lo inconmensurable. La arquitectura le fascinaba, era el elemento total. Grandes ciudades góticas, que evocan las noches de los antiguos tiempos. No se que hubiera pasado si llegase a conocer Salamanca. En sus relatos nos encontramos con enormes templos, iglesias y pirámides que no solo encarnan el aspecto arquitectónico, sino también el ritual. El rito es la sombra de esas construcciones y se encuentra íntimamente ligado a la obra.

  Mientras tanto, los Dioses Antiguos duermen en la ciudad submarina de R’Lyeh, esperando su Parusía. El evento, aunque inevitable, vendrá anticipado por el horror, ya que significa la aniquilación de toda vida en la tierra. Los personajes que Lovecraft describe en sus relatos no suelen llevar el peso de la obra. Su función es mostrar al lector lo que ve y siente. Uno se integra en el personaje y camina en la historia junto a él en todo momento. De esta forma el lector se integra en el mundo y es prácticamente él mismo es quien realiza la aventura. Muy raras veces el lector posee información que los personajes desconocen, el narrador no es especialmente generoso.

  El heroísmo está apartado de los relatos. Los personajes no destacan por sus virtudes (yo no desearía tenerlos como amigos frente al peligro) a la hora de tener sus aventuras, el papel del hombre ante los dioses es observar su infinitud y caer en la locura. Pueden parecernos simpáticos, y compartimos con ellos el horror. Son personas pasivas, carentes de dotes especiales. Humanos normales y corrientes que nada tienen que hacer ante la oscuridad perpetua de la locura en la que van a caer. Generalmente son estudiantes, científicos o exploradores. Lovecraft no tiene piedad de ellos, y siempre acaban enloqueciendo. Aun así todos tienen sus rarezas. En un relato uno de los personajes descubre que vive con un vampiro, y se queda con él, no hace nada por alejarse. Sufre vómitos y desmayos cuando su compañero se transforma , pero no huye y acaba enloqueciendo, ni siquiera se molesta en alquilar otra habitación. Eso no es algo muy normal que digamos...

  Ningún personaje de las historias de Cthulhu vuelve a ser la persona que era. Las experiencias que padecen son tan negativas que la mayoría muere, y los que se salvan cargarán con las secuelas toda la vida, sin remedio alguno. En mi opinión ellos no son los que llevan realmente el peso de la obra, es el horror cósmico que sentimos a través de ellos. Lovecraft para ser sinceros no deja muy bien a la humanidad. A todos les esperan aventuras muy desagradables, a la mayoría les conduce a la muerte, y a los demás a la locura. Ese es el trayecto. Las grandes descripciones y atributos son para los seres innombrables con los que se encuentran.
El estilo de la obra lovecraftiana no es de gran calidad, literariamente hablando. Su escritura, abrupta en numerosos adjetivos no resulta especialmente bella. El empleo de muchas palabras, el ritmo del relato, las especificaciones constantes puede resultar un poco arduo. En algunos casos nos encontramos sustantivos con tres adjetivos. Es un estilo totalmente barroco y descaradamente arcaico. Lovecraft es más efectivo cuando evoca el reino de lo inhumano, de lo sobrenatural, de la misma forma que es mejor cuando sugiere que cuando describe. Lo suyo es un constante sugerir más que un mostrar, nunca enseña el verdadero núcleo del horror.

  Realmente Lovecraft crea atmósferas. El lector se integra en el ambiente del que cada vez disponemos de más datos. Sus palabras acaban te acaban en una misteriosa tenebrosidad que incita al personaje a llegar al fondo de la cuestión, que siempre es la locura. El pulso narrativo siempre es el mismo.  La curiosidad ante ciertos hechos empuja a los hombres a conocer los más  temibles secretos que guarda el universo. Es una realidad que en la vida cotidiana no se observa, permanece oculto por un velo a los ojos de insignificantes y gusanos mortales.

  Los personajes nunca buscan vivir esas experiencias tan nefastas, generalmente un hecho hace que se tope con ellos. Por ejemplo, una expedición a la Antártida, todo transcurre con aparente normalidad hasta que descubren una pirámide sumergida bajo el grueso hielo. Empiezan a ocurrir sucesos extraños y ellos investigan lo que sucede. A medida que avanzan en esa empresa van siendo testigos de abominaciones y horrores jamás conocidos. Sus experiencias se vuelven enloquecedoras, empiezan a perder la razón pero algo les llama a seguir, porque ante la aparente realidad algo tiembla, algo late.

  El lector sigue al protagonista en todo momento, y siente con él ese vacuo horror que lleva al personaje a lo más hondo de la cuestión. Poco a poco se muestran mas detalles, que generalmente es más información, acerca de aquello que el protagonista desea saber, pero Lovecraft nunca muestra su horror directamente, siempre deja algo escondido. Cuando el viaje llega a la última etapa, los personajes son totalmente conducidos a la locura por el horror que presencian. Cthulhu se muestra, y el personaje pierde la razón sólo con verlo. Así serán todas las historias en líneas generales. Los paisajes cambian, puede ser la Antártida, un volcán o un pueblecito de Nueva Inglaterra, pero las fases son las mismas.

  Así podemos hacernos una idea clara de cómo es su escritura, su ritmo, su forma de tratar a los personajes.Penetrando más en lo que puede ser el pensamiento del autor, diría que Lovecraft era materialista. Incitaba al lector a creer en divinidades materiales que querían conducir al mundo a su destrucción. Pero ese materialismo no está privado de elementos soñadores. La humanidad frente a lo infinito. Un infinito tan real como una roca. La humanidad  endeble, ignorante ante los sucesos que caerán sobre nosotros, vive con los días contados. Los Antiguos, implacablemente hostiles a la débil raza humana, están más allá de la vida y la muerte. Y los personajes no son capaces de asimilarlo, su insignificante existencia frente a la cara del horror. No hay piedad, porque no existe, no somos nadie. Los sentidos son un modo de percibir el horror, la nausea, la admiración o la repulsión del universo. El terreno del horror material, para desembocar en un terror psíquico, que nos conduce a la locura. Así a través de abominables percepciones y realidades repugnantes provoca el horror en el lector. La transformación de percepciones ordinarias de la vida en fuente inagotable de pesadillas, de degeneración babosa. El terror lo oímos, para luego ser visto.

  Aún así, aunque su obra no fuera brillante literariamente hablando, el terror y los horrores cósmicos de Lovecraft tienen su propio atractivo. De entre todos los escritores de terror, fue el único que se valió de esto: el Infinito Universo. Una idea que explotó constantemente, como se puede apreciar en el trabajo.
Lovecraft suele considerarse un autor de novelas y cuentos de horror. Esto, por el simple hecho de que sus narraciones, efectivamente, dan miedo. Además, incluye una serie de datos y referencias que inducen al lector a creer en la existencia real de seres tales como los Primordiales y los Profundos, y que realmente existió un árabe loco llamado Abdul Alhazred que escribió un libro llamado Necromicón. Esa mitología creada por el, desde su fantasía se llega a mostrar con una cercanía sorprendente. Además el género de terror no es sencillamente el más fácil de explotar, por lo que su aportación me resulta cuanto menos valiosa.

   Creo que los límites y puntos fuertes de nuestro amigo Lovecraft son conocidos por todos. Su forma de escribir no es precisamente elegante, pero la imaginación que despliega es digna de tenerse en consideración. Conociendo un poco su vida y personalidad, no nos extrañamos del producto de su obra. Su profundo racismo a las demás razas, a las que se dirige como monstruos deformes, y su peculiar forma de concebir la existencia como una desgracia. Lovecraft huía del realismo de la vida, para pasar al mundo de lo prohibido y de lo olvidado.Quizás fuese una necesidad propia escribir estos relatos, como forma de evadirse de la vida, a la que poco aprecio le tenía. Le resultaba pesada como una losa y se esparcía en universos de orden cósmico, dioses y demonios que acechan, arquitecturas sublimes y milenarias, horrores innombrables que enlazan una serie de elementos fantásticos.

  Nunca tuvo éxito en vida, sus relatos cogieron fama tras su muerte. El tiempo le dio a Lovecraft lo que él no hubiese esperado nunca. A la gente le atrae sin duda ese horror, ese estudio de la psique humana, hasta las raíces más profundas, donde la mente es frágil y tan solo un hilo separa la cordura de la locura. La profundidad de los horrores creados, el miedo a la sin razón por vislumbrar los secretos del planeta.

  Sin duda Lovecraft sabía hacer eso. Entrar en nuestra cabeza, llenarla de datos, de culturas arcaicas y oscuras, con descripciones de seres abominables que rigen el mundo. Es el pulso, y su manera de mostrar los horrores, de llenar los espacios vacíos de la mente, con atmósferas envolventes de pánico, de situaciones que el hombre no está preparado para soportar. Llama la atención el papel que reserva a sus personajes, a los que siempre les reserva penuria y elementos desagradables. Me gustan los relatos de Lovecraft, creo que no es nada fácil transmitir miedo al lector, pero su fórmula de elementos me parece fascinante. Es de los pocos escritores, junto con Bram Stoker, que me llega a las fibras sensibles del miedo escrito, mucho más a mi juicio que Edgar Alan Poe.

  Sus paisajes, grandes estepas desoladas, habitaciones o pueblo de la campiña de Nueva Inglaterra, volcanes que de su cráter emergen esculturas de los antiguos, ciudades de las profundidades del lecho marino. Seres y criaturas del comienzo de los tiempos, cuya existencia ignoramos, y en la que la raza humana se muestra como un gusanillo que va a ser aplastado en cualquier momento. La existencia que transcurre con aparente normalidad, hasta que se muestra su lado mas real y oscuro.

All for the best.

jueves, 6 de mayo de 2010

Sin título.


 Si para madurar hay que renunciar, ese renunciar no puede venir dado por algo de lo que no nos cuesta desprendernos. Devenir frente a seguridad, cuanto más tardemos en ponernos del lado del devenir más infelices seremos, al no aceptar el modo en que se desenvuelve todo. Pese a que siempre tenemos diferentes grados de elección, no siempre podemos calcular al milímetro. Somos nosotros los que bailamos la danza de la vida, y no la vida nuestra danza, seguimos su compás, su melodía, su ritmo, definitiva, su sentir más profundo. En el constante devenir cabe el deseo de que todo quede intacto, para que en un futuro no muy lejano todo se vuelva retornable y superable.
El que danza encuentra en la despedida y la inseguridad un elemento gratificante. Los dioses griegos apenas llevaban ropas, iban ligeros de toda carga, sabiendo que la vida da y quita. Es muy observable que nuestras sociedades actuales identifican felicidad con seguridad. Resulta bastante patético ya que la seguridad no se puede garantizar ante los poderes de la circunstancia que dibuja la vida, dicho de otro modo, casar a la felicidad con la seguridad es un absurdo, un falso enunciado que posiblemente te lleve a la infelicidad. En otras épocas en cambio no era así, se veía el cambio con deseo de que aconteciese, algo que irrumpiera y trajese consigo la novedad, la noticia, el cambio, el frescor, aunque no fuese lo que uno podía esperar su actitud era abierta. 
Pero qué difícil es asumirlo, qué fácil es escribirlo, vivirlo en carnes es otra historia, otro relato. Nietzsche decía "¿Qué es ser bueno? ser bueno, es ser valiente".  Intentaremos serlo entonces.

martes, 4 de mayo de 2010

Vida y soledad.


Nacemos solos, vivimos solos y morimos solos. La compañía que nos ofrecen los demás es ilusoria, bella apariencia desde luego, pero ilusión de todos modos. El camino, la vida, el recorrido que ella conlleva es cosa de cada uno. Creo que hay que ser optimistas, pero eso no significa que la vida lo sea. A la vida poco le importan nuestros juicios de valor, nuestros gustos o preferencias, es un paseo, un escenario teatral, que pese a la multitud de elementos que la representan uno la vive en sobrecogedora soledad. Es mejor no hacer sumas, porque las cuentas no salen siempre que uno quiere. Aquí es donde el 2+2=5 orweliano cobra el sentido del sinsentido. Y eso siempre se hará bajo el terrible sentimiento de soledad, apaciguable, pero no extinguible.