Si para madurar hay que renunciar, ese renunciar no puede venir dado por algo de lo que no nos cuesta desprendernos. Devenir frente a seguridad, cuanto más tardemos en ponernos del lado del devenir más infelices seremos, al no aceptar el modo en que se desenvuelve todo. Pese a que siempre tenemos diferentes grados de elección, no siempre podemos calcular al milímetro. Somos nosotros los que bailamos la danza de la vida, y no la vida nuestra danza, seguimos su compás, su melodía, su ritmo, definitiva, su sentir más profundo. En el constante devenir cabe el deseo de que todo quede intacto, para que en un futuro no muy lejano todo se vuelva retornable y superable.
El que danza encuentra en la despedida y la inseguridad un elemento gratificante. Los dioses griegos apenas llevaban ropas, iban ligeros de toda carga, sabiendo que la vida da y quita. Es muy observable que nuestras sociedades actuales identifican felicidad con seguridad. Resulta bastante patético ya que la seguridad no se puede garantizar ante los poderes de la circunstancia que dibuja la vida, dicho de otro modo, casar a la felicidad con la seguridad es un absurdo, un falso enunciado que posiblemente te lleve a la infelicidad. En otras épocas en cambio no era así, se veía el cambio con deseo de que aconteciese, algo que irrumpiera y trajese consigo la novedad, la noticia, el cambio, el frescor, aunque no fuese lo que uno podía esperar su actitud era abierta.
Pero qué difícil es asumirlo, qué fácil es escribirlo, vivirlo en carnes es otra historia, otro relato. Nietzsche decía "¿Qué es ser bueno? ser bueno, es ser valiente". Intentaremos serlo entonces.
1 comentario:
Una persona me dijo un día que fuera bueno y valiente. Que era bueno y valiente. Y esa esperanza me acompaña desde entonces.
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