martes, 8 de abril de 2014

La serpiente de uróboros

 
   Es la serpiente que se muerde la cola, la serpiente de uróboros, el dragón que se devora a si mismo, símbolo del eterno retorno y el espíritu cíclico, lo inagotable, así son nuestros deseos, nuestra misma esencia. Con una mirada rápida vislumbramos que nuestra cultura presente sobrevive de deseos, las personas quieren compulsivamente, el deseo es una de las claves para entender el paradigma actual, la podríamos llamar la cultura de la avidez y la insatisfacción. Nuestra sociedad de consumo es una sala de deseos programados, y sus centros comerciales la encarnación del mismo deseo, su paraíso, con una gran dosis de seducción propiciada por las promesas de la publicidad. José Antonio Marina se refiere a nuestro tiempo postmoderno como" proliferación de ansias, codicias y concupiscencias", sujetos a la insaciable vorágine del consumo, en cuyo producto siempre existe una promesa de felicidad para el comprador (que por cierto, pocas veces se cumple).

  Goethe, fruto de su tiempo, ve en el amor y en el deseo "las alas del espíritu de las grandes hazañas" como se ve reflejado en la mayor parte de los personajes de su obra. Deseos elevados de grandeza nunca exentos del peligro de las pendientes resbaladizas. Existen entonces muchos tipos de deseos, algunos elevados, otros odiosos y otros imposibles de enmarcar, hay tantos como personas existen, lo que parece claro es que somos energúmenos del inconformismo. Siempre queremos más, imposible saciar todos los apetitos, todos los detalles, siempre terminamos por devorarnos porque incluso nuestros deseos más perseguidos, en ocasiones, no logran saciarnos una vez conquistados. Deseos terrenales y deseos espirituales, tantos unos como otros atan, aunque en nuestro tiempo, por extraño que parezca, deseo-posesión-felicidad son la triada de la gran falacia. Quizás lo que sucede es que ni siquiera sabemos desear. Sed de querer, de tener y de exigir al mundo, constantemente, cada mañana, cada momento, cada turno o cada mediodía. No sabemos estar quietos, un torrente de exigencias personales que plantamos al mundo a la espera de que este se transforme en nuestro particular jardín de rosas. Así es la humanidad, así somos nosotros, sueños y esperanzas que alimentan la insatisfacción.

  ¿Pero acaso podría ser de otra manera? Si y no, lo que parece claro es que el dominio de los deseos es médula espinal de una vida que se pretenda más feliz. Los budistas ven el apaciguamiento del deseo como vía para la sabiduría, Spinoza dice que somos deseo, quizás lo imposible es no ser lo que somos. Voltaire señalaba que "sólo es inmensamente rico quien puede limitar sus deseos", mientras que Epicteto de Frigia decía "No pretendas que las cosas ocurran como tú quieres, desea, más bien, que se produzcan tal como se producen, y serás feliz", dicho de otro modo y en consonancia con las grandes sabidurías, aceptación de lo real hasta sus últimas consecuencias (no equiparar al  malentendido conformismo). Es la serpiente que se muerde la cola, la serpiente de Uróboros, el dragón que se devora a si mismo.



No hay comentarios: