El desierto es la metáfora perfecta del nihilismo. Es metáfora porque el nihilismo no puede edificarse sobre conceptos fríos y cerrados, es una experiencia en la que el hombre es desplazado del centro de su cosmos, y es desértico porque deja lugar a lo originario, porque deja a la experiencia vital en una nueva situación de desnudez frente al mundo. Con frecuencia se piensa del nihilismo como actitud pesimista frente a la vida, donde la palabra negación hunde cualquier esperanza de proyecto o crecimiento.
Nada más lejos de la realidad. El nihilismo es el primer paso para la emancipación de la identidad personal. Es encontrarse a uno mismo solo en el vacío existencial, y sin ataduras ni encadenamientos propios de la herencia cultural, intentamos crecer desde la proyección personal. Ya no somos copias de Dios, aspirando a ser el formato original, a imitar su valía. Da la posibilidad al hombre de realizarse sin ataduras ni complejos frente a los escollos que puede suponer la cultura imperante y el ritmo trepidante de la vida.
Ya no valen las legitimaciones del pasado, ese chiringuito fue levantado y anunciado por los filósofos de la sospecha, que vieron en la tradición que recibieron, un ocultamiento de las posibilidades que tiene el hombre a realizarse. De tal forma es así, que la razón y todo el sistema de valores que conlleva queda relegado al plano de la perspectiva. La legitimación de toda la tradición es desenmascarada, no para instaurar una nueva máscara, sino más bien para poner de manifiesto que no hay verdades sin fisuras, verdades monolíticas pesadas como losas a las que someterse.
Sin duda alguna el proceso de desenmascaramiento es un primer paso importante. Pero lo que sin duda resulta más complicado es encontrar ese impulso creador, que dé fuerzas y posibilite crecimiento dentro del horizonte de la nada. Es tan amplio el horizonte de la nada que el ser humano se encuentra en un planeta aún "sin colonizar", y sobre el que depositar sus fuerzas, con ánimo de elevarse frente al sinsentido de la vida.
Llenar de contenido lo que de dado es vacío queda relegado a la esfera individual, si acaso de pequeños colectivos. Sobretodo en la época presente, donde los vínculos con la existencia son líquidos (Bauman). Las identidades cambian constantemente de forma, se funde y se vuelve a diluir. Encontrar una identidad sólida se vuelve por lo pronto una tarea complicada, donde aceleraciones vertiginosas y cambios repentinos hacen que la última fuente de arraigo de la construcción de la identidad esté al alcance de muy pocos (se tú mismo).
El proyecto comunitario de la ilustración queda relegado a la esfera privada del individuo, en busca de conexiones y puntos de apoyo que el propio sujeto tiene que "valorar", ya que el exceso de bienes de consumo nos entierra en un submundo anestesiado y carente de la solidez de satisfacción que se persigue. No podemos mirar al mundo, sino a nosotros mismos.