miércoles, 18 de agosto de 2010

Matrix, Platón y Schopenhauer.

Todo el que me conoce sabe que adoro los relatos de ciencia ficción, un género cuya fecundidad me seduce en sus proyecciones sobre la condición humana o posthumana. Matrix, de sobra conocida por todos, es una obra metafísicamente conservadora, con tintes de misticismo, el problema de la realidad aparente y la dualidad mente y cuerpo. Desde el comienzo de Matrix es ineludible pensar en la caverna platónica. La condición humana, prisionera de imágenes, esta vez en un mundo virtual.

Como en el caso platónico, el conocimiento de lo real implica un acto ruptura, de violencia, de un salir a la superficie para contemplar cara a cara lo real. Encontramos diferentes afinidades en ambos relatos, pero el desenlace difiere notablemente. Mientras en la caverna es un demiurgo cruel el que nos mantiene prisioneros, en la película la desdicha humana viene causada por las máquinas. Estas  nos usan como fuente energética,  y es plausible pensar que prescidan de nosotros algún día. En ambos relatos estamos prisioneros, pero en el último es la propia tecnología la que nos encierra y nos utiliza a modo de esclavos. En el caso de Platón, la salida del mundo de las imágenes era contemplar el sol cara a cara y la idea de Bien, mientras que en Matrix la salida al mundo real es desierto, como dice Morfeo "bienvenido al desierto de lo real". La realidad en Matrix no es más que ruina, un mundo cruel sin luz, un enorme estepa de arena y rayos. La realidad es dolor y sufrimiento por un lado, y por otro es maya, ilusión. Las máquinas utilizan a los seres humanos como pilas energéticas, programándoles una realidad aparente, en la que supuestamente viven. Pero cualquier salto fuera de Matrix es una salida al desierto, a la crudeza de un mundo destrozado y sin luz. Schopenhauer y su concepción del mundo como voluntad (dolor), aparecen cuando la realidad se desnuda de maya, hay un desierto que crece marcando la descomposición del mundo platónico. El traidor, Cifra, lo sabe: "¿Sabes? Sé que este filete no existe. Sé que cuando me lo meto en la boca es Matrix la que está diciendo a mi cerebro: es bueno y jugoso. después de 9 años, ¿sabes de qué me doy cuenta? la ignorancia es la felicidad.". Él conoce los dos mundos y elige Matrix, no quiere salir, no quiere ser salvado, y lo afirma rotundamente saboreando un filete que de sobra sabe que es no existe. A él lo real le importa un bledo, no soporta la realidad de nuestra posición en el cosmos, cuyo final no demasiado feliz, más bien apocalíptico, de refugio en las imágenes, muy típico de las sociedades actuales.

La metáfora que extraigo de todo ello viene a tono con los discursos de la postmodernidad, de que lo que hay ahí fuera ya no es la idea salvífica de plenitud, sino la posibilidad de poder escapar de nuestra propia condición humana, que se proyecta sobre una larga y áspera estepa, un horizonte de la nada, un pozo que hemos cavado y del que tenemos que salir, aceptar o transformar. El hombre se encuentra solo, ante la mirada de sí mismo, cuyas respuestas son las que ahora intentamos desentrañar, de momento, sin demasiado éxito, pues todavía hoy guardamos una gran incertidumbre de nuestro propio devenir. Platón lo esbozó, Schopenhauer lo bañó de crudeza, la pelota ahora está en nuestras manos.

2 comentarios:

Javier Iglesias dijo...

gran post miguel!!!!! maldita sea!!!

eso sí, me gustaría una segunda parte explicando la aparición mesiánica de Neo

Miguel Fanjul Martínez dijo...

La escribiré, a ver si lo hago esta misma semana, tenía pensado algo al respecto, cuando me canso de la lógica me entretengo escribiendo al blog.
PH