miércoles, 17 de febrero de 2010

El vuelo del águila.


Acabo de leer un texto sublime. Un texto que espoleó mi conciencia y la electrocutó con la fuerza del rayo. Algo que remueve todo mi cuerpo, de la cabeza a los pies. Nada más terminarlo lo he tenido que leer una segunda vez, y una tercera... ¿Cómo volver al tranquilo tono de la biblioteca en la que me encontraba tras un agitamiento semejante? Sencillamente no he podido, cuando uno se ve tocado y atravesado, sintiendo el frío acero atravesar lo más profundo del ser, no puede más que ponerse a escribir, plasmar la vivencia nacida de las palabras en palabras. El poder que puede llegar a encerrar un texto es comparable, para el animo, cómo el de una bomba atómica, donde por un breve instante se desata una energía incomparable para cambiar el paisaje interno de la persona. Ese momento de sobreabundancia y embriaguez se plasma en el cerebro y queda cristalizado y esparcido por los nervios del cuerpo.

Tal es el poder de la literatura y de aquellos que saben apreciarla. Imperecedera para el alma y vigorizante del cuerpo, uno sale más hecho, más encarnado en su presente. ¿Cómo abandonar tal fuente de sutileza, instinto, experiencia, clarividencia, vislumbramiento? ¿Cómo detener ese ímpetu de sangre que corre por las líneas que uno lee? ¿Cómo no poder apreciarlo o ignorarlo? ¡Qué arte tan excelso! tan vivo pese al transcurrir de los años.. No necesita actualizaciones, no necesita nuevos modelos, no se queda atrás, las grandes obras son intempestivas... Cuando alguna mano pincela con talento unas líneas bien hilvanadas, nos lega un templo, donde la vivencia sale a flote, y se vuelve visible para el ojo deseoso de admirarla. Cuando uno se encuentra en tal circunstancia, sabe profundamente, que no podrá dejar de leer hasta que sus ojos no lo permitan. En ese caso espero poder implantarme un ojo biónico para no cesar en dicho viaje.

domingo, 7 de febrero de 2010

Ladrones de cuerpos y de mentes.




Me da la sensación de que en numerosos casos uno tiene que tragar con una mierda que vienen empaquetada e impuesta por el común de los mortales, y lo achaca a la normalidad del funcionamiento de la vida. Mi pregunta gira entorno a los aspectos que hay que someterse y a cuales no, y me da la sensación que los más estrictamente necesarios son mucho menores que los que nos cuela el espectro cultural. Porque si seguimos ese espectro me volveré un gilipoyas de primera categoría, seré un infeliz y encima estaré orgulloso de aceptar lo que me han dado de primeras. Y esa es la idea que me vino a la mente el día de hoy. No se trata de ser un rebelde, sino de tener la sanísima inquietud de cuestionarse lo que uno hace con su vida. El miedo, como de costumbre, acecha con la inseguridad y el sortilegio de hacer creerse a uno mismo que está loco. En este caso, prefiero ser un loco "cuerdo" que un protozoo "normalizado". La pregunta es, si uno tiene que adaptarse a las múltiples esferas vitales que culturalmente vienen dadas y "aceptadas". Pensemos en la esfera afectiva, amorosa, familiar, laboral, modo de vida, participación social, filtro de los medios de masa, el concepto de opinión pública...