viernes, 9 de diciembre de 2011

Los leones rientes tienen que venir



Con frecuencia encuentro en mis lectura a la "alegría" como camino hacia una mayor sabiduría humana. La alegría es reclamo de sabiduría para autores como Montaigne, Nietzsche o Spinoza. No resulta fácil consolidar tan amable y liviana conducta a los múltiples avatares que rodean nuestra existencia. La vida, que nunca se dijo fácil, es en ocasiones voraz y despiadada, y la postura de mantener la alegría como esqueleto de nuestra acción cotidiana puede resultar para algunos irrisoria o sencillamente inaceptable.

Cabe esperar respeto por todas y cada una de las actitudes que cada uno muestra para interpretar la realidad circundante, pero también cabe aclarar en qué sentido estos autores han defendido la alegría como una actitud que brota del espíritu sabio.

La alegría, como bien señala Spinoza, tiene que venir precedida de la aceptación total de lo real hasta las últimas consecuencias. Abrazar la vida con todos sus elementos, sin dejar nada fuera. Ser conscientes de que existe la tragedia, la desesperación, la enfermedad, la muerte y el nacimiento. Para adoptar una actitud de alegría sabia, primero tendremos que recorrer el escabroso camino de la aceptación de un mundo que en muchas circunstancias se rebela como violento y desgarrado.

Curiosamente las cosas que más nos cuesta aceptar son dolores y sin razones que aprendemos ya de niños. Ya en la infancia uno se da cuenta que la enfermedad acecha, que el desamor puede provocar ira, que todos tenemos condición de mortales, que trabajar agota y que no podemos predecir el mañana. La vía de la aceptación de todo cuanto nos rodea precede a esa alegría imperecedera por la que algunos autores y pensamientos orientales abogan. Es arma que permite guardar esa distancia con el mundo, no apartándote ni distanciándote de él, sino habiendo digerido sus múltiples caras, aceptando nuestros límites y nuestra incapacidad para controlar todo lo que nos rodea.

Tras ese gran primer paso aprender el arte de reír es consuelo intramundano. La risa es gesto, música sin palabras, produce levedad del lenguaje y lo transforma en danzarín. Frente al horror de la existencia también los griegos hicieron un llamamiento a la risa como alternativa a una visión pesimista de la existencia. Es ella reacción sana frente al sufrimiento. Es por eso que Zaratustra es el filósofo que ríe. Para él la belleza y el conocimiento de poco valen si no se les une la risa, y con ella, la alegría:

"¡Cuantas cosas son posible aún! ¡Aprendez, pues, a reíros de vosotros sin preocuparos de vosotros! Levantad vuestros corazones, vosotros buenos bailarines, ¡arriba! ¡más arriba! ¡Y no olvidéis tampoco el buen reir!/ Esta corona del que ríe, esta corona de rosas: ¡ a vosotros, hermanos míos, os arrojo esta corona! Yo he santificado el reír; vosotros hombres superiores, aprended de mí - ¡a reír!" AhZ,IV,;